Puraltura es un lugar para dejarse llevar y confiar en el criterio del anfitrión. Su propuesta gira en torno al maridaje: la carta de vinos —federal y cuidadosamente curada— presenta más de 80 etiquetas que incluyen diversos estilos y cepas, pensadas para acompañar una cocina sencilla pero generosa en calidad. La invitación es a descubrir nuevas armonías entre la comida y el vino, bajo la guía de un sommelier.
La propuesta nació del reencuentro de tres amigos de la infancia que, tras años de recorrer caminos distintos, decidieron unirse en un proyecto común. Lo que comenzó como un ciclo de catas en octubre de 2024 fue tomando forma hasta convertirse, en marzo de 2025, en un restaurante de puertas abiertas y espíritu curado. Cada socio aporta un matiz singular al blend de esta historia: Alejandro Mesa Rubio, sommelier y voz enológica del proyecto; Luis Salazar, empresario gastronómico; y Gonzalo Pérez, asesor contable y financiero. Los dos últimos, además, comparten un proyecto musical propio.
El espacio, dispuesto para 22 comensales, combina sobriedad y calidez. Las paredes color terracota, que evocan el tono profundo de un vino tinto joven, no son un capricho decorativo, sino una declaración de intenciones: todo en Puraltura gira en torno al vino. La madera clara del mobiliario, las líneas simples, la luz cálida y el gran expositor de etiquetas que domina una de las paredes refuerzan esa idea. La estética acompaña el tono sereno del servicio y el ritmo pausado de la experiencia.
La cocina marca el rumbo del vino
Los platos reflejan una gastronomía de producto y sin artificios, diseñada para dejar que el vino encuentre su lugar. Entre las entradas, destacan los langostinos grillados con manteca, peperoncino y pangrattato, el tartar de bife con mostaza antigua, alcaparra, echalotte, apio, oliva y emulsión de albahaca, y la tabla de quesos gourmet, con kuri, morbier, semiduro 3 leches y manchego o florido, según la estación. También hay opciones vegetarianas, como el tartar de remolacha, la ensalada Roja con tomates cherry marinados, frutillas, burrata, almendras tostadas y agua de tomate, y la ensalada verde con manzana verde, apio, yogur natural, nuez y agua de pepino.
Los principales muestran el alma del menú: pesca del día con kale, pomelo, remolacha y vinagreta, bife de chorizo con papines y chimichurri, gnocchi caseros con pesto (parmesano, albahaca, oliva y nuez), y los imperdibles tagliatelle con langostinos, manteca, peperoncino y ralladura de limón. En la sección de los postres se puede elegir entre crème brûlée con fruta de estación, cremoso de chocolate con garrapiñada picante y sal en escamas, o la clásica pera al vino con reducción de aceto y almendras.
Una carta de vinos que recorre el país
A través de más de 80 etiquetas seleccionadas, la carta de vinos es una invitación a recorrer la geografía vitivinícola argentina. Curada por Alejandro Mesa Rubio, sommelier y socio del proyecto, la propuesta presenta una mirada federal, diversa en estilos, cepas y modos de elaboración: desde clásicos con paso por madera hasta opciones frescas, sin intervención, biodinámicas o de alturas extremas.
Entre los blancos, se destaca el Chardonnay de Luca G Lot by Laura Catena (Tupungato, Mendoza), elegante y complejo; en rosados, una perla es el Martino Pinot-Merlot (Mendoza), fresco y floral; y entre los tintos, el Petite Fleur de Monteviejo y el potente Cactus Malbec de la Quebrada de Humahuaca (Jujuy) muestran la riqueza y diversidad del terruño. La experiencia se adapta a cada comensal, sin rigideces, y con la posibilidad de llevarse la botella elegida al mismo precio de vinoteca.
Como parte central de la propuesta, se ofrece una selección rotativa de vinos por copa —un espumante, un blanco, un rosado, un tinto y un vino dulce— pensados para armonizar con cada sección del menú. La premisa siempre es la misma: el maridaje como guía sensorial del recorrido gastronómico, bajo la guía del sommelier. La carta de bebidas se completa con cócteles clásicos y cerveza artesanal.
Acompañando la idea inicial del proyecto, mensualmente se organizan catas privadas para acercar el vino argentino y su historia a un público diverso. En un rincón sereno de Palermo, pensado al detalle, Puraltura invita a disfrutar sin apuro y redescubrir el placer de un plato y una copa que se potencian mutuamente.