La calle Tucumán atraviesa el alma de los porteños. Según el mapa oficial elaborado en el año 2009, Buenos Aires tiene doce mil manzanas. Recorrerlas en su totalidad puede ser un ejercicio a la larga infructuoso por el tiempo requerido y por el cambio permanente de su apariencia. Sin embargo, puede entenderse mejor el carácter urbano arquitectónico de una ciudad si se acompaña el divagar de una única calle, como ésta, vinculada con la provincia en donde se declaró la Independencia del país.
Una travesía por la Tucumán porteña
La Tucumán porteña, que atraviesa 39 cuadras de la capital, parece ser la indicada para tal propósito. A esta calle se le conoce así desde 1822, cuando Bernardino Rivadavia reforma la nomenclatura. Comienza de cara al Río de la Plata y se orienta en dirección contraria hasta toparse con Medrano, la avenida en donde culmina.
No puede existir mejor augurio al iniciar esta vía, entre Puerto Madero y Retiro: Una obra contemporánea del arquitecto tucumano César Pelli, el edificio República, se planta con su vértice cóncavo de cara a la plaza Roma. Tras salvar la avenida L. N. de Alem puede apreciarse, por un lado, la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, suntuosa obra de Alejandro Christophersen; por el otro, la torre Fortabat, diseñada por Peralta Ramos/Sepra Arquitectos. Ambas edificaciones reflejan dos ciclos distintos de la expresión edilicia empresarial argentina.
Desde su encuentro con el barrio de San Nicolás, en los bordes de la avenida 25 de Mayo, recorre una compleja red hotelera. En el número 384 se encuentra el Tucumán Palace Hotel, desde el que pueden verse las inconfundibles “escaleras” del Bouchard Plaza. En la esquina con San Martín se asienta “La posada de 1820”, una casa paradigmática del período colonial tardío. Entre sus peculiaridades están su encendido cromatismo y la ausencia de ochava, rasgo que ha ido desapareciendo en recintos próximos. Este atributo entra en franco contraste con el Claridge, apenas unos metros delante, hotel de estilo historicista firmada por Arturo Dubourg e inaugurada en 1946.
Tucumán, entre Florida y Maipú, está ocupada por inmuebles de diversas corrientes arquitectónicas. En el número 712 se halla la librería Fernández Blanco, fundada en 1939. Su catálogo, especializado en ediciones antiguas, alcanza los 300 mil títulos. Al dejar atrás Esmeralda, se encuentra la sede del Museo de Informática de la República Argentina. Desde allí, hasta Suipacha, se acumulan obras de menor rigurosidad formal hasta llegar a Carlos Pellegrini.
Al atravesar la extensa avenida 9 de Julio, la arteria se topa con las aristas de las plazoletas Provincia de San Luis y Provincia de San Juan. Desde la primera puede verse en su totalidad la fachada principal del Teatro Colón. Entre Cerrito y Libertad, Tucumán ronda uno de los costados del magistral foro de impronta neorrenacentista italiana, creado por Francisco Tamburini.
Se desvía apenas unos metros, por la presencia del monumento al General Lavalle, hasta rebasar la enorme plaza que lleva su nombre. La mayoría de las construcciones aledañas le añaden una cualidad escenográfica. De la escuela Presidente Julio Roca, creada por Carlo Morra, destaca su contundente pórtico de acceso tetrástilo de orden jónico; mientras que del Palacio de Justicia, proyectado por Norberto Maillart, sobresale su acentuado eclecticismo. Sin embargo, destaca por su singularidad el Mirador de Massüe, obra art nouveau del arquitecto homónimo, lo único que sobrevive del espléndido Palacio Costaguta.
Por primera vez Tucumán se topa con una estación del subterráneo, bautizada con el nombre que indica la actividad de este sector: Tribunales. La calle va saludando respetuosamente a Talcahuano, Uruguay, Paraná y Montevideo, al compás de centenares de transeúntes que colman los cafés cercanos. Complementan el perímetro edificios de viviendas colectivas, destacándose uno de once pisos y buhardilla tono pizarra, creado por Amílcar Durelli, y el “Pasage Domingo Funes”, obra de Eduardo María Lanús y Paul Hary.
Una vez avanzada esta franja, la arquitectura abandona su monumentalidad y se relaja en obras residenciales de variada data y estilo. Sin embargo, entre los números 1600 y 1700, dos fenómenos urbanos truecan el acompasado ritmo del paseo. Por un lado, la peculiaridad ecléctica de la sede de la Asociación Dante Alighieri, que contrasta con las edificaciones residenciales contiguas; por el otro, la irrupción, a mano derecha, del Pasaje Luis Dellepiane, convertido en un lienzo vivo de street art. Ambos ejemplifican el movimiento sinuoso del urbanismo porteño.
En la esquina sudeste con Rodríguez Peña se encuentra el Café Mar Azul, uno de los bares notables de la ciudad. Ideado por Alejandro Enquín a finales de la década de 1940, fue cerrado por un tiempo y reabierto en 2008. Su nombre se debe al poema, escrito en una de sus mesas, de Arturo Cuadrado: “Prohibido Mirar: Mar azul. Cielo azul. Blanca vela…”.
Al superar la avenida Callao se encuentra la Iglesia El Salvador, ícono religioso de Balvanera, coronada por sus enormes cúpulas de bronce. El colegio homónimo comparte la manzana junto con la Escuela Antonio Bermejo y el Colegio La Salle, éste último sobre Riobamba. Tucumán, filtrada por Ayacucho y Junín, se tatúa con las casas de pensión, hoteles alojamiento y pequeños bares habituados a la compañía de los estudiantes de las facultades de Economía, Medicina y Odontología.
A partir de Uriburu, justo en el umbral de Once, el paisaje visual cambia. El modesto diseño arquitectónico de las manzanas previas es sustituido por una perspectiva moderna, señalada por los elocuentes mojones de hierro sobre las veredas que indican la presencia de la comunidad judía. Tucumán es arropada literalmente por el comercio textil, el jaleo de compradores y los bocinazos trepidantes. Muchos de estos edificios presentan ornamentos geométricos propios del art déco y otros discurren hacia el racionalismo puro. En la temprana noche la tranquilidad restalla contra las rejas bajas de los locales en Pasteur, Azcuénaga, Larrea y Paso.
Al surcar la avenida Pueyrredón, Tucumán serpentea por Boulogne-sur-Mer y Ecuador para entrar El Abasto. La zona compleja, con sus altibajos urbanísticos, ha ido mutando y se ha ido llenando de pensiones familiares que conviven con restaurantes de comida peruana y española. Al llegar a Jean Jaurés se encuentra el epicentro del barrio, a donde acuden en procesión los acólitos del tango. La Casa Museo Carlos Gardel es su templo. A su alrededor orbitan comercios que ofrecen toda clase de implementos para disfrutar de la milonga y varias academias de baile.
Luego de trasvasar Anchorena surge un pequeño circuito cultural. Primero, una de las sedes del Centro Cultural Ricardo Rojas, semejante a un buque encallado en la estrechez de la vereda. Unas cuadras después puede verse el cartel de La Tertulia, ubicada sobre Gallo, importante sala de teatro alternativo. Casi en Sánchez Bustamante se encuentra el Café Mediterránea, dueño de una audiencia cautiva por sus espectáculos musicales. Hace unos años quedaba allí el Centro de Investigaciones Artísticas, creado por Judi Werthein y Roberto Jacoby, tal vez para recordar el famoso colectivo “Tucumán arde”.
La travesía declina en Salguero hasta alcanzar, finalmente, la otra orilla de su viaje. Allí se alza silencioso el Foyer Français, del arquitecto Robert Charles Tiphaine, construido entre 1898 y 1919 por la Sociedad Damas de la Providencia para atender a los huérfanos. Así, en el tupido túnel vegetal, que caracteriza al barrio de Almagro, duerme su cansancio el pasadizo temporal de Tucumán. A esta altura se ha transformado, como escribiera Borges, en “la dulce calle de arrabal, enternecida de árboles y ocaso”.